Por: Carolina Estrada Valencia
Estudiante de Comunicación Organizacional
Institución Universitaria Salazar y Herrera
17 de noviembre del 2017
Cabañas, 4:43 p.m. La tarde está fría, pero aun así tuve la osadía de salir sin abrigo. Parada junto a la rotonda de la torre, miro al cielo y con anhelo solo espero que no llueva o que el clima no sea implacable, ya voy tarde al encuentro con mis amigas y no tengo tiempo de regresar por una chaqueta.
4:45 p.m. Llega la ruta, 284 de Transmedellín, no hace la parada habitual o ignoró mi señal para hacerla, miro la hora y dejo escapar un suspiro, solo tengo 35 minutos para no llegar tarde. Veo venir el siguiente bus, ruta 283, hago un pequeño cálculo antes de que llegue a mí para saber si vale la pena subirme a este autobús, pero no, no es una buena opción, mejor espero.
4:47 p.m. Llega la ruta que esperaba y subo al autobús, soy la primera pasajera de este viaje, lo que me da el privilegio de elegir el puesto en el que quiero estar durante la siguiente media hora.
Florencia, 4:58 p.m. Un hermoso tulipán africano florecido contrasta con el cielo gris de viernes, a su alrededor nadie parecía ser capturado por su majestuosidad, quizá ya es considerado panorama, un panorama desperdiciado por aquellos ojos que tienen por dueños a personas afanadas, personas que caminan como si tuvieran un cabestro que les impidiera ver más allá de su pensamiento, sí, no digo que más allá de su nariz porque hoy por hoy caminar es un proceso que realizamos en piloto automático.
Pedregal, 5:01 p.m. La iglesia ya lleva una semana cerrada, la están remodelando, en el andamio de los obreros cuelga un pendón con la imagen de cómo se verá la nueva fachada, incluso cambiarán las tres palmeras de la entrada por cuatro pinos. En la puerta del recinto religioso, un anuncio de alguien fallecido permanece frío y sólo, nadie durante estos minutos que estuve al frente, descendió las escaleras para averiguar quién murió. Algo llamó mi atención en esta escena, extrañamente el ambiente en el barrio no se percibía en luto como suele suceder cuando alguno de sus habitantes parte al más allá, todo se percibía igual, personas entrando y saliendo del Consumo, en los locales comerciales de la carrera 74, la atención y la afluencia de clientes se daba como cualquier otro día. Cambió el semáforo, el bus toma la calle 104 para continuar su camino hacia el centro de la ciudad, el conductor frena el carro para que dos mujeres jóvenes se suban a él. Ahora, sumados a quienes ya estábamos, somos 12 universos en un mismo carro.
En el quinto puesto del lado derecho del bus, justo en la ventanilla, hay una señora de unos 58 años, no mide más de 1.62 mts de estatura, un poco robusta y tiene tez trigueña; sus ojos son café oscuro, así como muchos prefieren el tinto en la mañana, su mirada no tiene el brillo que caracteriza a las personas que poseen una ilusión, ella se ve triste o exhausta, en 30 segundos es difícil descifrar la razón, lo que sí es fácil de captar es que hay algo incómodo que ocupa su mente. Su codo derecho está apoyado sobre la ventanilla para así poder reposar su cabeza sobre la misma mano, se ve meditabunda, con la mirada perdida en sus pensamientos como quien intenta dar una respuesta lógica a una experiencia significante, como intentando aliviar el dolor o encontrar resignación.
Carrera 65 a la altura de la Universidad Nacional de Colombia, 5:19 p.m. Una leve brisa muestra su presencia en los vidrios del bus, el viento helado entra extravagantemente por las ventanillas. En este sector el frío suele sentirse más fuerte por la gran cantidad de árboles que hay y la respiración de las 12 personas que vamos en esta ruta no es suficiente para calentarnos un poco, todos estamos distantes, nadie comparte puesto con nadie; cada uno inmerso en su propio mundo es incapaz de ver a los otros cuerpos con los que comparte el mismo universo, efímero en esta ocasión.
Miro hacia arriba y siento que he encontrado un libro para colorear, pero no tengo crayolas ni acuarelas, los cables del alumbrado público lucen como un perfecto pentagrama, listo para poner cada nota musical en él, pero no, no tengo ni el Sol a Mi LaDo para ponerlo allí.
Edificio Camacol 5:33 p.m Llego al punto de encuentro para verme con dos amigas y de allí partir a lo que será una pequeña celebración de nuestros cumpleaños. Llamo entonces a solicitar un taxi pero como es costumbre los viernes, conseguir uno es una verdadera odisea. Después de varios intentos lo tenemos, llega en dos minutos. Salimos a esperarlo a la entrada de la avenida Regional, pero no llega en dos, llega en siete minutos, claro que con eso no teníamos problema, aprovechamos el tiempo de retraso para solucionar algún pendiente trivial que teníamos. Llegó, el taxi de placas TTK 332 de Medellín espera por nosotras. Su conductor es un amable joven de 24 años, se llama Edison Guarín Murillo, empezó a estudiar una técnica en pintura automotriz pero no la terminó, dice que el estudio no es lo suyo y que por eso hace 9 meses conduce el taxi de su tío Jorge. Edison es hijo único, vive en Manrique con Gloria Eugenia Murillo, su madre, quien es peluquera y hace 15 años tiene su propio negocio. Su padre, Miguel Angel Guarín, falleció a causa de un aneurisma cerebral cuando Edison tenía ocho años. Se describe como un joven responsable, tranquilo y respetuoso, dice que aunque en el colegio nunca se destacó por ser un estudiante de notas impecables, sus padres siempre enfatizaron mucho los valores en su crianza y que por eso nunca tuvo problemas disciplinarios.
Preludio Café 6:13 p.m. Llegamos al lugar de nuestra celebración, es un café ubicado en Laureles, que goza de un ambiente tranquilo, perfecto para compartir con familia, amigos o la pareja. El lugar es inspirado por las letras y el café, incluso hay días de lectura en voz alta. Como parte de su ambientación hay algunos poemas en las paredes, un pequeño librero en la entrada, mesas y sillas como si fuera la sala de la casa y algunos objetos vintage. La atención es muy cálida y la comida es exquisita.
Bello, 18 de noviembre del 2017
1:46 p.m. La aplicación del clima de mi celular dice que estamos a 25°C pero parece ser engañoso porque la sensación térmica debe estar en 19°C aproximadamente, hace tanto frío que los cuerpos tiemblan, las personas que pasan por la calle están cubiertas, y quienes salen a sus balcones lo hacen sobando con las palmas de las manos sus brazos, como queriendo calentarse un poco.
1:48 pm. Miro el cerro Quitasol que a esta hora suele verse imponente, pero hoy no, el mismo cielo gris que cubría la ciudad el viernes, la cubre hoy y no deja que el gigante resplandezca con la luz del sol. Entonces voy por un café y decido hacer lo que tanto disfruto, sentarme a observar detenidamente lo que sucede alrededor y muchas veces cuestionar el porqué de las cosas, cual aprendiz de Sherlock Holmes.
2:17 p.m. Sale a su balcón Elosia Gonzalez, la señora de la casa del segundo piso de enfrente, empezará junto con su esposo y su nieta a organizar la navidad. Sale con una guirnalda tradicional, la que es verde con puntas blancas que simulan la nieve e intenta desenredarla para poder utilizarla, pero prefiere sentarse a hablar con su nieta de unos 17 años que está sentada en el piso del balcón concentrada en su celular.
10:44 p.m. Un helicóptero de la Policía Nacional sobrevuela el sector, las ventanas y la puerta del balcón tiemblan ante la cercanía de la aeronave, tal vez es un sobrevuelo de rutina o no. Continúo escribiendo lo que me inspira la helada noche de domingo, un café como siempre es la mejor compañía para escribir; bueno que sean dos o tres, la hora lo merece.
11:11 p.m. No, no es precisamente el momento de pedir un deseo, es el momento en el que escucho de nuevo el helicóptero de la Policía rondar el sector ¿habrá sucedido algo? Me cuestiono porque hace una semana, en los alrededores del barrio capturaron a 13 miembros de una banda dedicada al microtráfico de estupefacientes y el operativo fue en la madrugada, con un gran despliegue de agentes policiales.
Bello, 19 de noviembre del 2017
4:35 p.m. Eloisa González sale de su casa junto con su nieto de 8 años y su hija de 24, todos llevan algo en sus manos, pero la única que no tiene nada empacado es Eloisa, ella lleva en sus manos algunos arreglos navideños, un par de bastones saltan a la vista, son rojos con rayas doradas y cada uno mide alrededor de 60 centímetros.
4:38 p.m. Carmen, la señora del primer piso de la casa de enfrente sale con su silla Rimax blanca para respirar otro aire diferente al de su casa. Hoy luce un vestido de paño beige hasta los tobillos, una sudadera gris claro, unas medias blancas y unas sandalias negras de polietileno, de esas que suelen usar las personas mayores cuando llegan a casa. Carmen es una mujer de edad avanzada, con movimientos suaves, sin fuerza, porque la fuerza suele quedarse atrás en los años de juventud, por eso le es necesario usar su bastón marrón, para tener un mejor apoyo al caminar. Su estatura puede ser 1. 65 mts pero la joroba la hace lucir más baja, es morena con cabello oscuro y delgado, aunque la queratina la está perdiendo y sus canas ya hacen presencia, además utiliza lente bifocal porque su visión no tiene la misma calidad de cuando tenía 20. A Carmen la acompaña su inseparable mascota, una lora de voz potente que posee una risa particular e irresistible, tanto así que cualquiera que la oiga, reirá con ella. Ahí están la dos haciéndose compañía, la lora hablando, cantando y riendo, mientras que Carmen serena su pensamiento o simplemente ve la gente pasar.
4:45 p.m. Carmen entra a su casa dejando a la lora sola en la acera. Se puede escuchar al ave riéndose a las carcajadas, tratado de amigo a todo el que ve pasar, lanzando saludos al aire e incluso, cuando escucha que un teléfono suena, responde a la llamada con un fuerte “aló”.
4:51p.m. Un joven con aparentes 17 años sube por la calle 27 arrojando en las escalas y por debajo de las puertas de la casas tarjetas de la nueva droguería del sector, la imagen de la droguería es similar a la Pasteur, la diferencia es que esta se llama droguería harwar (dh), en la parte posterior de la tarjeta se aprecia la frase “servicio a domicilio gratis”, además ofrecen descuentos especiales.
5:03 p.m. Sale Carmen para darle banano a su mascota y entrarla, apoyándose en la jaula como si fuera un caminador; luego saca su silla y se sienta a leer. Lee el Nuevo Testamento, ese pequeño libro azul que regalan en muchas partes y que seguramente en la casa de todos habrá uno de esos.
Lee apoyando los antebrazos en sus piernas y en su momento de reflexión, se sienta de medio lado, se recuesta en el espaldar de la silla y se tapa los ojos con las sagradas escrituras.
5:36 p.m. Suenan las campanas de la iglesia de Las Tres Cruces, ubicada en la calle 24A, para anunciar la eucaristía de las seis de la tarde.
5:45 p.m. Se enciende el alumbrado público, las luces naranjas apenas pueden iluminar un poco el barrio. Las nubes en las diferentes escalas de grises evitan que el resplandor del sol destaque la creación de una manera especial, como el guayacán rosado que está en la carrera principal, aunque no es su momento de florecer como sí lo es para los amarillos, está completamente saturado de hojas verdes, verde que con la luz solar se torna brillante y vivo, el verde que para muchos puede hablar de esperanza, pero para mí habla de grandeza, majestuosidad y vida; sí, vida, porque todo lo llena del aire que renueva pensamientos.
6:03 p.m. Carmen termina su lectura del día quizá por la poca iluminación que hay a esta hora, se agarra fuerte de la reja que encierra su casa y se levanta de la silla; con el bastón en la mano derecha y arrastrando la Rimax con su mano izquierda, entra a su hogar y se encierra hasta mañana, cuando sea hora de salir junto con su lora a tomar el sol.
6:15 p.m. Estoy temblando, el frío citadino no me deja de otra que ir por abrigo, un libro y un café, leer poesía no estaría nada mal, pero quizá me lleve a la melancolía, a remover pensamientos y querer cuestionar hasta mis propios argumentos sobre la vida misma.
8:43 p.m. En silencio, así termina el día, sin letras ni música, el café se ha enfriado, la luna y las estrellas están escondidas tras una gruesa capa de nubes. Hoy no vi arreboles, extraño verlos en el cielo primaveral de la capital de la montaña. El alba y el ocaso lucían iguales, grises. Hoy no hubo euforia, más bien hoy todo se trataba sobre encontrar calma en medio del caos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario