lunes, 9 de diciembre de 2013

Murió Mandela, murió El Grande

Por: Jorge Uribe Piedrahita 
Comunicador Social /Organizacional
Periodista
Especialista en Mercadeo Gerencial
Docente Universitario
Líder Coach

Nelson Mandela, el último Grande


El Premio Nobel es uno de los reconocimientos más importantes que puede recibir un mundano. Aunque éste algunas veces es prostituido y acomodado, como todo o poco, a los acontecimientos del momento y entregado solo por pura euforia o fanatismo. En el caso del Premio Nobel de Paz que recibió "Madiba" en 1993, se puede considerar como una de las pocas veces que la existencia hace justicia y el galardón llega a las manos de quien se ha inmortalizado en la tierra como uno de los maestros de la calidez, el amor y la paz. 



Desde los 20 años de edad, Nelson Rolihlahla Mandela tuvo la inquietud de luchar contra la discriminación de los negros en su país, Sudáfrica, en donde nació el 18 de julio de 1918; y como un soñador, dedicó su vida a este propósito con la firme convicción de cambiar las páginas marcadas por el régimen del Apartheid. Inició con protesta pacifista, al mejor estilo de Gandhi, y luego tomó las armas para convertirse en un terrorista del mundo, so pena de que solo lo hiciera para contrarrestar las masacres que bañaban de sangre los territorios de su nación. Sin embargo, Mandela entendió que el diálogo sincero y con voluntad, es la mejor arma para acabar con cualquier fechoría. 


Más allá de las semejanzas con las guerrillas americanas y de otras regiones, la gran diferencia entre Nelson y los que mal empuñan las armas para luchar por falsas ideologías, es que él era un líder que buscaba la democracia y el fin de un flagelo que asoló su raza durante décadas. Mandela llegó al poder a través de la democracia y estuvo dirigiendo su nación solo durante 5 años. Fue un maestro de paz, jamás humilló a sus "enemigos", por el contrario, hizo que sus carceleros fueran invitados de honor a su posesión como Presidente de Sudáfrica. 

Nunca se apegó a gobernar bajo ideologías que no eran aplicables a su país, ante el pánico que generó su ascenso al poder por posibles nacionalizaciones, Mandela optó por contar con una economía abierta y funcional para la época de transición. Lideró convocando a todos los frentes a la unidad nacional en pro del beneficio colectivo, sin atropellar a sus opositores ni beneficiar a sus adeptos.

Fue un abogado con un futuro promisorio que pudo camuflarse bajo el sistema, pero que en vez de esto, optó por alcanzar la justicia social y los derechos para los ciudadanos, lo que lo llevó a estar durante 27 años en prisión y sacrificar hasta su vida familiar. Pero así era Mandela, un conciliador, un justo, un hombre que ni siquiera le temió a sus aliados cuando ellos se disgustaban por no atacar a quienes en antaño fueron sus más sangrientos opresores, se mostró como un hombre que no se enlodaba en la terquedad y las ideologías enfermizas, abriendo el camino para que su gobierno fuese ejemplo para futuras generaciones de mandatarios. 

Madiba además de ser un ejemplo político y conciliador, se adhirió a tratar a todos los seres humanos por igual, era el único personaje de su talante que llamaba hasta a la reina de Inglaterra por su nombre: Elizabeth; y ello no implicaba mostrarse como rebelde, por el contrario, su seguridad y convicción, lo llevaban a ser admirado por no estratificar su relacionamiento con ningún ser en la tierra. Luchó contra el SIDA, por la paz entre negros y blancos y por la búsqueda de los derechos de la comunidad LGBTIP, llegando al punto de abogar por el matrimonio gay y convirtiendo a Sudáfrica en el quinto país en legalizar los matrimonios entre personas del mismo sexo. Fue un líder sin discriminación.

Nelson Mandela le enseñó al mundo que la política no es un oficio de ladrones ni de aquellos egocéntricas que buscan la hegemonía y acabar con todo a su paso; él simplemente, quería un mundo mejor, un mundo libre, sin diferencias, sin estratos, sin injusticia, un mundo donde el blanco pudiese sentarse a hablar con el negro, un mundo donde la paz y la unidad fuesen más fuertes que las ideologías y la terquedad. Un mundo que no busca líderes con sed de perpetuarse en el poder, ni de convertirse en mesías para sus seguidores, un mundo libre de fanatismo que acaba en lo sangriento y las guerras. Nelson, como hubiese querido que lo llamaran, es un hombre que a sus 95 años de edad falleció, pero deja un legado eterno, uno que lo lleva a coronarse como el último de los Grandes. Gracias Mandela.