Por: Manuela Navarro @Lilueth
Estudiante de Comunicación y Relaciones Corporativas
Universidad de Medellín
Crónica
Crónica
Bancas de madera y palmeras, pequeños kioscos de flores y muchos faroles acompañan, adornan y reposan en el paseo color arena que marca el camino del Junín peatonal. Cae la tarde cuando cuatro compañeros y yo llegamos a la esquina de Junín con La Playa, al lado del Coltejer, miro el reloj que marca las 4:53 p.m, y esta parte de la calle parece en calma, cuando miro el Junín que continúa pasando la avenida, no es peatonal y está atiborrado de vendedores ambulantes y transeúntes. La calma del lugar donde nos encontramos sólo se ve interrumpida por una chica de chaleco azul que repite una y otra vez “Sim cards de Tigo, Comcel y Movistar”, ignorando que la segunda marca ha cambiado de nombre.
Mis compañeros y yo caminamos un poco observando gente pasar y a aquellos pocos vendedores que con caja de chucherías en mano y sentados en una banca o caminando por ahí se hacen el rebusque. Luego llegamos a El Astor, cualquier persona en Medellín conoce esta repostería, más cuando hace años “juninear” era un plan predilecto entre nuestros padres y abuelos, y era casi imperdonable no entrar y creo que para los extranjeros que pasan por esta calle también lo es. No sé cómo habrá sido el lugar hace años, pero hay cosas que muestran que nuevo no es, es acogedor y grande, con una carta que hace querer ahorrar por semanas para pedir una de cada cosa que ofrecen, los postres y chocolates son deliciosos, eso si, es imperdonable para cualquier persona no probar nada de ahí.
Luego de consumir unos deliciosos helados, proseguimos con nuestra caminata por el paseo, lámpara, palmera, banca, palmera, palmera, lámpara, y así todo el recorrido entre la Avenida La Playa y el Parque Bolívar, todo casi nuevo, incluso los faroles de aspecto antiguo, porque hace un par de años, antes de ser renovado, este recorrido era un poco más frío, sin tantas bancas, sin nada de palmeras y todo en puro cemento, pasando recuerdo cuando era niña y corría por ahí, algún sábado en la tarde en compañía de mis padres, entrábamos a algún local a “loliar” o a comer, pero el Junín que atravesamos hoy tiene una cara más amable, como la de los ancianos que están sentados por ahí.
Más adelante en el trayecto, vemos un trío de músicos, todos engalanados con trajes que al parecer han usado por mucho tiempo, cada uno guitarra en mano, con un sombrero en el piso frente a ellos, esperando recibir algún pago por su arte y los tres tocando música vieja para un público de tres personas: un extranjero que toma fotos sin parar, un anciano que los mira fijamente y una señora que lleva bolsas de compras. En diagonal, no muy lejos de ellos y al lado de el último kiosco de flores antes de que el Junín peatonal se divida en dos, se encuentra un señor sentado tocando música no tan tradicional, el hombre de piel oscurecida por el paso del tiempo y el sol, un poco calvo y usando gafas oscuras y una guayabera, entona unas canciones que jamás había escuchado, éste, sin público ni sombrero o recipiente que espere frente a él, no para de cantar.
Cruzando la calle y acercándonos al final del paseo, observo a un señor que por mucho tiempo ha pedido limosna al lado de un casino, las veces que he recorrido el lugar en los últimos años, siempre lo he visto ahí, con su discapacidad física tocando un güiro, esperando a que alguien se apiade de él. Nuevamente miro mi reloj y son las 5:40 p.m., aumenta la gente que recorre el lugar, ya no tan calmo como minutos antes.
Observando la cercanía del Parque Bolívar, nos damos cuenta de que el tramo acabó y que acaba Junín, para darle lugar a otro lugar emblemático de la ciudad. A la derecha observamos un paseo comercial más, pero diferente a algunos que habíamos visto, es un lugar de artesanías muy colombianas, muy de nuestra cultura, lo que me recuerda a El Sanalejo que se realiza cada mes, si yo fuera extranjera, no dejaría de entrar y comprar cositas de todo tipo, tan tradicionales en este lugar tan vistoso, lleno de pequeñas versiones de El Coltejer, El Metro, la bandeja paisa, banderitas colombianas y antioqueñas colgadas por doquier.
Saliendo de ahí, vemos unos cuantos kioscos de flores más que terminan de acompañar el recorrido, no tan adornados como los primeros, no veo gente tan pintoresca, pues para mí, la entrada de Junín es un poco más viva, más iluminada. Es en este punto, es que uno se da cuenta del cambio de imagen que ha sufrido esta reconocida calle de la ciudad, no se ven locales pequeños tradicionales, sino grandes tiendas de marcas internacionales, adornados con luces por dentro y por fuera, pocos quedan de los tradicionales que visitaban en la juventud mis papás.
Empieza a oscurecer y es hora de regresar a casa, pues es sabido que el centro no es muy seguro, empezamos nosotros a des recorrer nuestros pasos, observando personas que no han cambiado de lugar y otras que han aparecido y ocupado el lugar de quienes antes cruzaban por ahí, los locales comerciales empiezan a llenarse de gente que ha salido del trabajo a echar un vistazo, los paseos comerciales que abundan en esta calle empiezan a llenarse de compradores que buscan algo antes de la hora de cerrar.
Son las 6:03 p.m., luego de haber escuchado cerca el Himno Nacional, antes de partir y nuevamente en la esquina de Junín con La Playa, devuelvo la mirada a una calle llena de color, con el piso casi de arena, que durante el día está llena de personas, principalmente a fin de año o los sábados, no importando que a medio día el sol queme o que haya una multitud y que ha sido así por décadas, siempre hay gente que quiere salir a “Juninear” aunque no sea ya tan preferido. Junín, tan lleno de historia, de memorias, de épocas diferentes y personas diversas, un ícono importante de la ciudad que espero los hijos de esta generación sepan aprovechar y preservar.