lunes, 3 de diciembre de 2012

¡Visita a lugares ajenos!



Por: Valeria Arboleda Ceballos @Valeria0814
Estudiante de Comunicación y Relaciones Corporativas
Universidad de Medellín
Crónica



Caminamos y caminamos cotidianamente las calles de Medellín. Somos nosotros, esas personas que, desatendidamente, señalamos y criticamos la prostitución de nuestra Ciudad. Solo señalamos, pero en algún momento nos preguntamos ¿Qué sienten estas personas? ¿Cómo llegaron a esta vida?  

Son las 8:00 p.m. del viernes, luego de terminar un largo trabajo de Administración, me organizo. Manuela me habla por el blackberry, llamo a Laura para confirmar su visita, pues ella se  había comprometido  acompañarnos.  A los 40 minutos termino de arreglarme, un jean, una blusa, tenis y buso, es lo que me viste; miro el reloj y precisamente suena el timbre, Laura habría llegado. 

Son las 9:00 p.m. y llamo a mi madre antes de partir hacia mi destino. Como era de esperarse,  todas las personas a quien avisé sobre el lugar hacia donde iba les invadían el miedo, contagiándome de incertidumbre y temor. Me acompaña mi cámara digital, blackberry y un poco de dinero para mis pasajes. 

Laura y yo nos montamos al taxi, me echo la bendición y hago una pequeña oración, no puedo negar que el miedo y la zozobra cubrían todo mi cuerpo.  “¡Para la Veracruz, por favor!” le digo al taxista, y él con una gran exclamación nos repite tres veces: “¿Para la Veracruz? ¿El centro?” Y reiteradamente le decimos que sí. Ahí comienza nuestro viaje, o más bien una gran odisea. 


Durante el camino socializamos con el taxista, era un hombre que inspiraba confianza,  más bien joven, piel trigueña y de contextura delgada, con una edad promedio de 28 a 30 años de edad.  Nos pregunta sobre lo que tenemos pensado hacer en ese lugar, y le comentamos que somos estudiantes de Comunicación y Relaciones Corporativas, y que tenemos que realizar una crónica sobre la Veracruz y la problemática que se vive en este lugar.

Paramos en el primer semáforo, y mientras hablo con el taxista mi mente está preocupada por la llegada de Manuela, pues no quería arribar primero que ella por el mismo miedo que me habían inducido por este lugar.  Sin embargo, escucho atentamente lo que me dice Cristian, el mismo taxista, frases como: “se las van a comer vivas allá”, “ustedes van hacer un mosco en la sopa en La Veracruz” “Por qué no fueron en el día”.  “Las prostitutas tienen un orden  descendente, cuando están en auge de belleza cobran 400 y hasta 600 mil pesos, pero no frecuentan estos lugares, por el contrario, se mantienen en El Lleras, Barrio Colombia y La Estrada, pero si estas personas no saben aprovechar la plata que ganan, terminarán cayendo ahí en La Veracruz, uno de los peores lugares de Medellín”.

Mientras hablaba seguía mi preocupación, pues mi compañera no había salido de su casa, cuando nosotras ya casi llegábamos al lugar de encuentro, la Iglesia de la Veracruz. 

Poco a poco nos fuimos adentrando al Centro, a la “olla” como decía Cristian, fueron apareciendo hoteles bastante deteriorados, las calles sucias, gamines o indigentes abundaban, no daba miedo, causa tristeza ver esta situación.  El taxista nos ayudó a buscar una prostituta que nos pudiera colaborar con una entrevista; paró en una esquina y se nos acercó un hombre imperativo e impulsivo (quizás alguna droga o el propio sacol lo tendría así) o por lo menos eso reflejaba; este mismo hombre llama a “La Mona”, una señora con edad promedio de 40 a 45 años de edad, cabello rubio, piel blanca, estatura mediana, extravagante maquillaje y vestuario: falda corta, blusa con un escote en la espalda.  La señora le dijo exactamente: “yo para eso no, la que ha hecho eso es “La Flaca”, a mí no me gusta nada de entrevistas ni nada”, sin dirigirnos la palabra ni mirarnos, esta mujer se alejó de nosotros y luego seguimos nuestro camino. 

Para llegar a la Iglesia de la Veracruz había que dar la vuelta, pero debíamos apresurarnos antes de que cerraran la calle los propios policías. En ese momento no me importaba lo que marcara el taxímetro, incluso me quería quedar salvaguardada en ese vehículo y no tener que salir a ningún lado. Le escribía a Manuela y ella me confirmaba que ya estaba a punto de llegar junto con su novio y otro amigo, al menos la compañía de dos hombres me tranquilizaba. 
Conversamos sobre el resentimiento social que tiene las prostitutas frente a las demás personas, y el taxista nos confiesa que estudia Psicología en la Universidad de Antioquia, por ende, le ha tocado adentrarse a éstas y otras problemáticas, como las bandas delincuenciales, homosexualidad e indigencia.

Al pasar el semáforo nos damos cuenta que la calle ha sido cerrada, pero es un indigente el que se encarga de abrir y cerrar, no por obligación, sino por rebusque de sostenimiento económico. Se le dan no sé cuántas monedas y le damos las gracias, y  faltando una cuadra y media para llegar a la Iglesia, es como si me hubiera sumergido en otro mundo, un mundo de miseria, pobreza y tristeza. Indigentes y viciosos rodeados de basura, cartones y malos olores, eso es lo que se percibe en este lugar, en donde de alguna u otra forma nos obliga a reflexionar y agradecer el bienestar en el que vivimos muchas personas. 

Al llegar a la Iglesia le digo al taxista que nos acompañe un momento, mientras esperábamos a Manuela, él muy cordialmente acepta y posteriormente nos cuenta lo que pasa alrededor de este sitio. Nos señala la calle de las negras, de donde nadie sale ileso, bien sea robado o violado. Se sentía un ambiente pesado, las miradas se cargaban hacia nosotros, habían pocas personas pero se sabía que entre ellas ya se conocían, en cambio nosotros éramos el punto blanco en un papel totalmente negro.

Afortunadamente llega Manuela, y en ese mismo momento el taxista nos hace una sugerencia bastante valida: realizar la crónica sobre la “Prostitución Homosexual”, ya que el lugar era más calmado y las personas (gay y travestis) eran más dadas y sociables; no lo dudé dos veces, incluso no le pregunté a mi compañera, solo le informé lo que nos había pasado en todo el recorrido y le comuniqué que íbamos para La Oriental, en donde se encontraban los homosexuales. 

Llegamos rápidamente, y antes de bajarnos le dimos las gracias al taxista, quien para  Laura, mi mamá y, por supuesto, para mí, fue como nuestro Ángel guardián durante esta experiencia en La Veracruz. 

Cuando llegamos le hicimos la entrevista a los travestis que se encontraban en una esquina, diagonal a la Clínica Coraxon de La Oriental. En ese momento no me invadía temor ni miedo alguno, solo tenía varios interrogantes para mí misma, ¿Cómo hacerle las preguntas sin que se ofendan? ¿Qué no les gustara?… en fin, varias preguntas que solo podrían tener respuesta si las averiguaba, sabía que no podía echarme para atrás, ni tampoco quería, solo di un paso al frente y me dirigí donde ellas.

Llegamos y saludamos, pensé que era mejor hablarles en confianza, sin tanta formalidad, tratando de romper esa barrera y tornar todo el diálogo como una simple conversación.  

“Michell” accedió a darnos la información, sus características físicas son casi parecidas a la de una mujer. Una cutis hermosa, caderas, senos y estómago operado, cabello rubio y liso, hacían desaparecer cualquier rasgo físico de un hombre.

Comienza a contarnos su historia, o más bien su vida actual, que para ella no es cruel ni causa tristeza alguna, por el contrario lo ve como una vida fácil y sencilla con la que se puede sostener económicamente. Este travesti solo sale los fines de semana, se gana 100 mil pesos como mínimo en una noche, lo que se gane de más es ganancia. Por cada cliente cobra 30 mil pesos, o quizás 20 mil si se lo ofrece y no tiene otro cliente. 

“La noche es sucia” es una de las frases que más repite “Michell”. Nos dice que la ambición es lo que la llevó a ella a toda esta vida, inclusive afirmaba que de un 100% de los hombres un 99% es gay, por muy hombres que aparenten ser ante la sociedad.  Nos contó historias de hombres casados, robos que ella acostumbra hacer a los mismos clientes (portátiles, plata, celulares, reloj) especialmente a los que la tratan mal o son sobrepasados. Mientras nos contaba la historia, las otras travestis nos miraban y simpatizaban con nosotras, pero también estaban pendientes de la aparición de algún cliente. 

Michell presta su servicio en cualquier lugar, motel, apartamento, parqueadero… Cuando la llevan al parqueadero, el cliente cubre el gasto. Sin embargo, debido a los robos, ella siempre sale ganando, lo dice sonriente. Siempre carga navajas o cuchillos para protegerse, pues los hombres muchas veces tratan de sobrepasarse, pero en realidad no específica de qué modo. Su mirada era perdida mientras nos hablaba, de pronto era por estar pendiente de la aparición de algún cliente, o quizá por lo drogada que estaba en ese momento; Sin embargo en toda la conversación nos sonreía y nos contaba la historia con bastante fluidez.  

Nosotras nos distanciamos un poco del lugar donde ellas estaban, y decidimos ofrecerles 10 mil pesos para que se dejar tomar la foto y al hacerles la propuesta no lo pensaron dos veces, no solo Michell sino todas sus compañeras (travestis) quienes mostraron alegría y sociabilidad al tomarse las fotos con nosotras. 

Me despido de Manuela y me dirijo con Laura a coger el taxi de regreso a Casa. Me alejo de este lugar, que se convirtió el viernes 14 de septiembre, en una gran vivencia, experiencia y sobre todo reflexión para mi vida.



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