jueves, 11 de octubre de 2012

La reina del Domingo

Crónica

Por: Andrea Sierra Cadavid Síguela en @andreasierrac





Entre las verdes montañas, altas e imponentes, comienzan a asomarse los tenues risos, rubios y dorados, del imponente astro solar, que aunque brilla más fuerte que siempre, no logra ganarle la batalla al desafiante frío matutino, que con leve viento, enfría la mañana del domingo en el corregimiento de Santa Elena, Antioquia.

La iglesia, pequeña y modesta, abre sus puertas. El sonar de las campanas, anunciando la misa de las seis, retumba fuerte y claro, dejando un eco ensordecedor que poco a poco se rompe con la entrada de los fieles. Uno a uno, van llegando los labriegos, acompañados de sus esposas e hijos; llegan también los abuelos, los nietos y hasta un par patrones.

Los cantos de la misa, entonados con entusiasmo y pasión, se escuchan desde La Barbacoa de Cheo, un pequeño restaurante, con aire a cocina paisa, situado diagonal a la iglesia.

Lentamente mis labios dejan de emitir vapor cuando hablo, el intenso frío matutino, comienza a dispersarse, los rayos de sol abren el horizonte, las nueves negras huyen a la presencia del calor tierno de un día de verano.

Algo sucede, la misa ha terminado, visitantes y pueblerinos se reúnen a verle, a contemplarle. Tan pura, tan limpia, tan grande. Citadinos han venido a ella, y después de apreciarla, como si fuera el más común pedazo de pan, se la reparten, y la invaden con el mismo amor con que invaden el cuerpo del ser amado.

La plaza, en el centro del parque, al frente de la iglesia, se roba todo el protagonismo. Los mercaderes de artesanías, se la apropian domingo tras domingo, la visten de fantasía, de arte, de musa... Con pequeños toldos, los comerciantes del arte callejero, exponen sus creaciones en el más pleno ritual del negocio de la cultura.

Sigue corriendo la mañana, y los curiosos habitantes, que por cosas de la vida están en el parque, no pueden evitar ser atraídos, como si se tratase de un hechizo, hacia el centro de la plaza, que con sus brazos abiertos los recibe con orgullo y amor.

Son las doce del día, el sonar de las campanas de la iglesia, anunciando la misa de las doce, se ahoga en el bullicio, de la plaza. Los nativos de Santa Elena se reúnen alrededor de la Iglesia, en los albores de la plaza, se apropian del parque, disfrutando su día de mercado. El día es cada vez más fresco, los carros de visitantes, congestionan el lugar, los restaurantes se llenan de foráneos que con vestimentas raras fotografían todo cuanto encuentran.

Un toldo, uno bien ubicado, Sara Li, tiene de panorama el imponente monumento al silletero. De él está a cargo Sara Liliana García, una medellinense que una vez al mes, recorre las curveadas montañas antioqueñas para llegar a este humilde pueblo, en el que asegura pasa los mejores días. Su puesto no es el más visitado, como si se tratase de un diamante en bruto, los visitantes pasan de largo, pero por algún magnetismo, vuelven encantados, y descubren las bellezas que Sara Liliana, tiene para ofrecerles.

El rojizo manto de la tarde, cobija suavemente las colinas. La vista no puede ser más afortunada. El tiempo se detiene en un momento hermoso en el que tanto visitantes como lugareños se congelan para admirar la belleza de su reina, de su protagonista, de su centro, de su razón de vistas: LA PLAZA DE SANTA ELENA, cuyos coloridos toldos se mimetizan con el rojizo del cielo.

Prolongando lo inevitable, todos los reunidos, se pasean en despedida alrededor de la plaza, que ve con desazón, la partida de sus amantes.

Llegada la noche, vuelve frío incesante, la bóveda celeste, vestida de gala, nos muestra sus mejores actos, llenándonos de la esperanza de un nuevo Domingo, en el que parque, adorne su plaza, convirtiéndola nuevamente en su joya más preciada.

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