martes, 16 de mayo de 2017

Prado Centro: el barrio que borra lo vivido

Por: Jorge Uribe Piedrahita 
Comunicador Social /Organizacional
Periodista
Especialista en Mercadeo Gerencial
Magíster en Administración
Docente Universitario



"Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno, son las mismas que alumbraron con sus pálidos reflejos hondas horas de dolor; y aunque no quise el regreso, siempre se vuelve al primer amor. La vieja calle donde me cobijo, tuya es su vida, tuyo es su querer, bajo el burlón mirar de las estrellas que con indiferencia hoy me ven volver".

Rodeados de tantas montañas, unas altas, otras planas. Algunas inexploradas otras saturadas por la marginación y el olvido, miramos calle abajo y encontramos territorios con historia, cargados de recuerdos, de esa Medellín de antaño que guarda en sus paredes el olvido y la memoria, la muerte y la vida, la niñez y las drogas. Miramos a Medellín como una coqueta ciudad que se levanta y cae, que se resiste a la muerte, que atrapa la existencia de muchos, que se convierte en la tarima principal de esa obra teatral protagonizada por sus pobladores. Tantos territorios, unos se consagran como un tributo al oropel, otros enmarcan la trágica vida de los que quisieron ser pobres, algunos convierten sus calles en lugares de drogas, para no olvidar el cliché alcanzado en los 80 por culpa de algunos que decidieron forzar sus vidas para pertenecer a la élite.



Más allá de Manrique, Aranjuez, La Candelaria, Laureles o el mismo El Poblado; hay un barrio que se esconde tímido. Se dice que es el origen de una ciudad pujante que se ha convertido en la más innovadora. En una de sus esquinas se aprecia ese letrero pequeño que indica que estamos en la zona cultural e histórica de Medellín. En otras calles se divisan los palacios que se han convertido en la más rica y recia de nuestras herencias. Sin embargo, más allá de los años, de las obras culturales, de la historia que almacenan sus calles, Prado Centro, se ha vuelto el lugar del todo: la muerte, la vida, el recuerdo, la recuperación, la agonía, el último adiós, el sexo, la lujuria y hasta el llanto. Sus obras arquitectónicas se transformaron en el refugio de los olvidados, de aquellos que ya van llegando al final de sus vidas, de los marginados, de quienes la sociedad ha tratado de acorralar en un espacio para que puedan terminar sus instantes en cálida compañía. 

El barrio dulce, el barrio amargo



"No te cansas de llorar, mirá que me estoy muriendo, mirá que no puedo más. Ayer me viste con otro y ayer te vi pasar". 

Desde mi infancia quise vivir en él, quizás las caminatas con mi familia cada domingo hacia San Pedro, me hacía pensar en tantas cosas que reunía este territorio: la esperanza de vivir y salir de un quebranto de salud en el Hospital Universitario San Vicente de Paúl; aquel viejo hombre sentado en las escaleras al borde de la calle, suplicando por refugio en cualquiera de los muchos ancianatos. El niño jugando en la sala del patio de aquel frío orfanato, la soledad que le produce a los jóvenes en plena rehabilitación para dejar las drogas; la señora que heredó de su familia una de las grandes e imponentes propiedades de la zona, el letrero que indica que se vende el predio para darle paso a una edificación de esas gigantes que se adueñan del paisaje antioqueño; el perro que deambula buscando sacear su hambre, el indigente que recorre el lugar quizás buscando un refugio para la lluvia, los centros médicos que aguardan tranquilos la llegada del próximo paciente, la apertura de nuevos programas académicos en cualquier espacio destinado para forjar los futuros profesionales de la ciudad, el antiguo cementerio Museo San Pedro que en otrora acogió a los más ricos de la ciudad, pero que hoy se ha convertido en el ejemplo claro de aquello que afirma: seas quien seas, siempre terminarás en el mismo lugar y de la misma forma. 

De la Polca a Prado

El primer nombre que tuvo el lugar era La Polca, debido a la gran hacienda que ocupaba sus campos. Su origen se remonta a 1925, cuando la clase alta de la sociedad medellinse acoge el lugar como alojamiento, exportando arquitectura europea para darle ese toque internacional y agradable parecido al barrio Prado que diseñaron y habitaron los europeos ante la construcción del puerto de Barranquilla. Fue Ricardo Olano Estrada que pide seleccionar este lugar para convertir a la Villa en un ejemplo urbano arquitectónico que significaría un gran avance para este pueblo. Comienza entonces su evolución, teniendo serios frenos en 1929 con la recesión mundial y en la década del 60 y 70, cuando sus habitantes deciden desplazarse para otras zonas más exclusivas como lo son Laureles y El Poblado. 

Hoy caminar por sus calles es ir en busca de historia, de rejas que aprisionan ventanales y puertas gigantes, pero también el temor por la delincuencia que contribuye al deterioro y la nostalgia del gran museo de Medellín. Un centro cultural olvidado y aislado desde la creación de la Avenida Oriental que lo alejó de su centro: El Parque Bolívar; y lo condenó al olvido de las administraciones, al lugar donde se borra lo vivido, en el que se entrega el último adiós, el espacio de los que esperan y viven pacientes. 

"Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida. Tengo miedo de las noches que pobladas de recuerdos encadenen mi soñar"

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