Por: Jorge Uribe Piedrahita
Comunicador Social /Organizacional
Periodista
Especialista en Mercadeo Gerencial
Docente Universitario
Líder Coach
El Rey Juan Carlos I abdica la Corona española a favor de su hijo, el próximo Rey Felipe VI. |
Desde el 30 de enero de 1968, todo estuvo fríamente calculado para preparar al próximo Rey de España, por eso su vida la dedicó a aprender ese oficio bien pago, esa ocupación de glorias y enojos, para unos más simbólica para otros más dada al poder. El actual Príncipe de Asturias y el heredero directo de la Corona de España, como primer y único descendiente varón de primer grado del monarca reinante, Juan Carlos I; viene estudiando la profesión de Rey desde el día de su nacimiento: Cada minuto de su educación, cada gesto, cada palabra, cada acto público o privado, durante 46 años han estado abocados a darle estructura a Felipe de Borbón y Grecia.
Sofía y Juan Carlos educaron a Felipe como un niño "normal", pero el mundo nunca se lo permitió. Ni siquiera en los inicios de su vida hasta la muerte de Franco pudo serlo, dado que tuvo que crecer en un entorno campestre y aislado, vigilado por el Dictador. En 1975, todo comenzó a cambiar, cuando el chico mimado y casi campesino, tuvo que convertirse en el Príncipe de Asturias, y con eso, en un "minirey".
En 1975, el nuevo Rey, con 37 años en el hombro y todo por hacer, empezó a diseñar el Plan de Estudios de su hijo, y la relación que él tendría con el Estado: Al cumplir su mayoría de edad juraría respeto a la Constitución, no se casaría sin el consentimiento de su Padre y las Cortes. Finalmente, el Palacio de la Zarzuela creció, la seguridad se hizo más poderosa, y el trato hacia el principito, más respetuoso. Sofía intentó protegerle lo que más pudo y hacerlo vivir en el mundo de los "normales": Lo mimaba, lo cargaba, lo transportaba y lo llevaba al colegio Nuestra Señora de los Rosales. Felipe crecía como un niño en apariencia delicado, que flaquearía de adolescente en los estudios y se partiría la barbilla haciendo skate y al que el Rey colocaría de niñera a un coronel de Infantería de Marina, Alcina, que le pondría los pies en el suelo con estilo castrense a lo largo de una década.
Discurso que profirió en una de las primeras entregas de los premios Príncipe de Asturias, en Oviedo. |
Hasta su mayoría de edad solo tres actos llamarían la atención de los ciudadanos sobre el futuro papel del Príncipe que había dejado de ser un niño para convertirse en un sujeto de Estado: Uno fue la entrega en Covadonga por su padre de la placa de Príncipe de Asturias. En aquel acto religioso-castrense, Juan Carlos le habló de “sacrificio”, el joven heredero sonreía tímido. El segundo fue vestirle de niño-soldado en un acto de exaltación patriótica en el madrileño Regimiento Inmemorial del Rey, rodeado de generales educados por el dictador; el tercero, el discurso que profirió en una de las primeras entregas de los premios Príncipe de Asturias, en Oviedo. Eran sus primeras palabras en público. Y al frente de una Fundación recién creada por Sabino, el periodista Graciano García y el millonario Masaveu. El objetivo del invento era dar visibilidad al Heredero y darle a conocer personajes de la cultura.
Adolescente de oro; mimado por su madre, adorado por sus hermanas, olvidado por el sistema, rodeado de adultos serviciales y siempre a la sombra de un padre triunfador, que era un tipo activo, atractivo, con don de gentes, que había sufrido la política en soledad desde niño y que se ganó la Corona rompiendo con el franquismo y devolviendo la democracia a los españoles.
Luego comenzaron a implementar el Plan de Estudio de Felipe: El Príncipe tenía que ver mundo; abandonar las faldas de la Corona. Estudiaría El COU, Curso de Orientación Universitaria; en Canadá. En un internado anónimo y burgués. El frío en invierno era intenso, la disciplina anglosajona y la distancia de la Familia eran exageradas y a él le costó adaptarse a las matemáticas en inglés. Posteriormente, juró ante la Constitución de su país, fue un acto presidido por ambas cámaras: Felipe dejaba de ser niño para convertirse en el Príncipe de Asturias.
Después y como posible líder supremo de las Fuerzas Armadas, tuvo que vivir tres años de academia militar. El juramento a la bandera lo hizo en Zaragoza, allí tenía una pequeña habitación para él solo, pero con el regido sistema disciplinario impartido a 300 cadetes desde las 6 y 30 de la mañana.
Posterior a su vida militar, llegaba la hora de civilizar al Príncipe. Las alternativas y las dudas eran muchas: ¿Estudiar en España o en el extranjero? ¿centro educativo público o privado? ¿letras o ciencias? Sabino se rodeó de grandes intelectuales con bagaje profesional, tales como: Enrique Fuentes Quintana, Peces-Barba, Aurelio Menéndez, Carmen Iglesias... para diseñar por fin su futuro. Estudiaría una mezcla de Derecho y Económicas bajo la tutela de los citados intelectuales en la Universidad Autónoma de Madrid. Además de las clases tenía encuentros docentes con todos ellos. Y sus primeros encuentros en privado con personajes de la cultura. Era el primer heredero de la Corona que se sentaba en el pupitre de una universidad pública.
A los 18 el Rey le regaló su primer coche, un SEAT, después vendría un Volvo rojo deportivo. Su verano era la vela; el invierno, el esquí; sus compañeros de salidas, grandes apellidos de la plutocracia madrileña. Llegaron los primeros amores, todas sus novias de aquellos tiempos fueron distinguidas poseedoras de grandes apellidos del entorno de la Zarzuela, entre ellos, Carvajal y Sartorius. Y el comienzo del acoso de la prensa rosa, siempre limitado por el sólido cordón de seguridad del heredero, formado desde entonces por miembros de la Guardia Civil, entre ellos, viejos conocidos de la Academia General Militar, y hoy en manos de tres coroneles de la Benemérita que cuidan por él y su familia: los coroneles Corona, Cabello y Herráiz.
Para complementar sus estudios el equipo de tutores pensó en que realizara un máster en el extranjero. Y ahí el Príncipe ya mostró su preferencia: Relaciones Internacionales en la Universidad de Georgetown, en Washington. El centro universitario contaba con ciertas ventajas: Era muy discreto, no tenía las ínfulas de la Ivy League y estaba dirigido por los jesuitas. En Washington Felipe viviría los años más libres y felices de su vida, rodeado de estudiantes de todo el mundo, y con tres habilidades que le darían un nombre entre sus compañeros: Su destreza con la tortilla de patata, su magisterio bailando salsa y su carrera diaria por el Canal.
La vuelta a Madrid dos años después, fue un bombazo en el Palacio de la Zarzuela. ¿Y ahora qué? El Príncipe llegaba a los 30. ¿Había que crear una Casa del Príncipe? ¿Tenía que tener un trabajo? ¿Debía dedicarse a la Fundación Príncipe de Asturias? ¿Tenía que marchar destinado a una unidad militar? La decisión le tocó a una nueva generación de “hombres del Rey” los diplomáticos Almansa y Spottorno, que intentaban dar un nuevo aire a la Institución. Bajo el control total del Rey se decidió que no tuviera casa propia, aunque le habían comenzado a construir una residencia sobre la Zarzuela; que no tuviera una maquinaria propia, ni que tuviera un trabajo fijo. El Príncipe estaba para aprender la estructura del Estado; para conocer a los ciudadanos; para ayudar a su padre y representarlo cuando fuera conveniente.
En esos días tras su vuelta de Estados Unidos se le creó al heredero una mínima estructura propia. Una Secretaría siempre por debajo jerárquicamente de la estructura del Rey. Al frente de la misma, Jaime Alfonsín, un brillante abogado del Estado diez años mayor que el Príncipe, con experiencia en la Administración y la empresa privada. Alfonsín ha sido un hombre de una discreción enfermiza, conservador en las formas y de una lealtad a toda prueba. En la Secretaría estarían también su viejo ayudante, Emilio Tomé, cuatro ayudantes militares de los tres ejércitos y la Guardia Civil; un equipo de administrativos procedentes del Ejército y un equipo de seguridad a medida.
El dúo Almansa/Spottorno tuvo dos grandes retos: El primero dar contenido al papel del Heredero durante la larga espera. Idearon un complejo plan de trabajo con varias líneas: Uno era una dedicación moderada a la Fundación, que le permitía una gran visibilidad pública una vez al año y conocer a intelectuales universales; el segundo, viajar cada año a una o dos comunidades autónomas para introducirse en la realidad del País; otro más, mantener reuniones privadas con personajes nacionales e internacional con especial atención a su generación; además, el Príncipe debía representar a su padre en cuantos actos fuera necesario; no perder el contacto con sus compañeros de las Fuerzas Armadas, recibir clases magistrales de constitucionalismo y de cuantos asuntos fuera necesario por los sabios de la nación y, sobre todo, aprender.
Una feliz idea en aquel momento fue la decisión del Rey de que Felipe le representara en todas las tomas de posesión de jefes de Estado latinoamericanos. Desde entonces no ha faltado a ninguna. Hoy, la agenda Latinoamericana del Príncipe es una de las más completas y poderosas del Mundo. Y su prestigio en América Latina va en alza, como se pudo contemplar el pasado invierno cuando fue aclamado en Miami, la capital del poder latino; ante los más poderosos de la comunidad hispana de Estados Unidos.
El Príncipe se iba haciendo mayor. Quizá más mayor de lo que por edad le correspondía. Profundas arrugas en torno a sus ojos y en la frente. La mirada de un azul helado; los puños contraídos. Impecable en sus trajes y el pelo en retirada; al siguiente equipo de la Zarzuela, el de Alberto Aza, diplomático y ex jefe de Gabinete de Adolfo Suárez, le tocó las bodas de las Infantas; sus queridas hermanas, sobre todo Cristina, la más libre y cómplice. Una vez que las dos se casaron y tuvieron descendencia, todos los ojos, los de los ciudadanos, los medios de comunicación, el Gobierno y su Familia se volvieron hacia él: Tenía que buscar esposa.
Letizia Ortiz alguna vez ha comentado que ella no salió aquella noche a cazar un Príncipe; se lo cruzó y se enamoró de él. Era una estrella de la televisión, de clase media, universitaria, con los 30 recién cumplidos y divorciada. El Príncipe esta vez tomó su decisión. Nadie interfirió. Ella era la elegida. Y exclusivamente por amor. Había entre ellos una fuerte atracción mutua. Para ella, el Príncipe era, sobre todo, una gran persona y alguien que valía la pena; aunque le suponía renunciar a su vida, su carrera, su intimidad. Para él, Letizia era oxígeno, la calle, los colegios públicos, los trayectos en metro, la frescura y, también, un gran respeto intelectual. A las siete de la mañana suena el despertador en la residencia de los príncipes; después despiertan a las niñas, Leonor y Sofía, y comienzan las escenas matutinas de cualquier hogar con niños. Después uno de los dos coge el carro y recorre esos diez minutos tan conocidos para el Príncipe que separan la Zarzuela de su viejo colegio Los Rosales. Finalmente, ambos se dirigen a sus despachos en el edificio principal de Zarzuela; justo bajo el del Rey.
Graciano García, ideador de La Fundación Príncipe de Asturias definió a Don Felipe como un socialdemócrata bien informado. Con una sola obsesión, ser útil a su país y ser intachable. Otra fuente directa describe al Príncipe como un hombre de principios. Por eso, nunca perdonará a Iñaki Urdangarin aunque le haya costado el amor de su querida hermana Cristina. Es difícil decir ahora como será la monarquía de Felipe VI. Lo que el tiene claro es que sea útil e íntegra; más moderna y transparente; más reducida en aparato policial y de protocolo; más ágil en la toma de decisiones; con profesionales más jóvenes y llegados de otras áreas y con más mujeres, ya que ahora no hay ninguna entre los 11 primeros puestos de dirección de la Zarzuela. Más cercana a los ciudadanos en la calle y en los gestos. Felipe no tiene el gancho de Don Juan Carlos; carece de su carisma directo; posiblemente de su olfato y de su condición de superviente. Pero es un demócrata convencido, un adicto a la Constitución: “Cuando tengo una duda me agarro a ella y no me suelto”. Sus gestos serán distintos. Será un Rey intachable para el siglo XXI.
Esta es la nueva familia real española: El futuro Rey Felipe VI, acompañado de la futura Reina Letizia y las príncesas: Leonor y Sofía. |
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